Roberto Calasso o el editor clásico



Leo La marca del editor de Roberto Calasso, el mítico editor y dueño de Adelphi (www.adelphi.it). En una edad de gerentes editoriales y meros vendedores de libros, Calasso es un editor a la antigua, alguien que entiende la edición como “un género literario”, por utilizar sus propias palabras, y, cosa más rara aún, un editor que es además un autor por derecho propio. Un editor que es un escritor o un escritor que es un editor. Rara vez los dos atributos coinciden.

En una época en que sellos editoriales otrora independientes y prestigiosos son sistemáticamente engullidos y sus catálogos degradados por los grandes consorcios trasnacionales, Calasso y Adelphi, como otros valientes editores y sus empresas, muestran que otra forma de editar sigue siendo posible. Una forma que es eminentemente personal, lo cual, en principio, parecería ser una obviedad (claro, idealmente un editor es un lector con gustos e ideas específicos que poco a poco va construyendo un catálogo que es su reflejo), pero que actualmente dista de serlo. Editores como Calasso no tienen una “política editorial” o “comercial”, tienen una poética. En sus textos, una palabra aparece una y otra vez: la palabra forma, el indicio más claro de la concepción eminentemente artística de la labor editorial. Sobre Aldo Manuzio, escribe: “fue el primero en concebir la edición como una forma. Forma en todas las direcciones: ante todo, obviamente, por la selección y la secuencia de los títulos publicados. También por los textos que los acompañaban… Después, por la forma tipográfica del libro y por sus características de objeto… la forma de un sello editorial se observa también en el modo en que sus diversos libros están juntos”. A diferencia de lo que haría un editor literario convencional (separar sus colecciones por género, por ejemplo: narrativa, poesía, ensayo, etc.), Calasso, en su emblemática Biblioteca Adelphi, ha mezclado sin reparo todos los géneros y, sin embargo, logrado que tenga una unidad, una coherencia, que salta a la vista. Así, aparecen sin problemas juntos, un número tras otro: Klossowski, Borges, Isaac Bashevis Singer y Aldo Manuzio, por poner unos ejemplos. Claro está que esta lógica interna solo puede darla a una colección o un sello un editor que tenga un criterio literario auténtico y personalísimo.

Dos amenazas, por lo menos, creo, se ciernen sobre la noble figura del editor clásico en estos tiempos: una, ya mencionada, la del mero gerente, administrador o mercadólogo metido a editor de libros, y al que únicamente preocupan las ventas y la publicidad; otra, típica del fenómeno –en sí loable y que representa la esperanza de la edición– de las editoriales independientes, del editor improvisado, de buenas intenciones, al que le pareció cool el oficio (todo mundo quiere editar algo, repite Calasso varias veces), pero que, alas!, no es muy lector que digamos y, por lo tanto, es imposible que llegue a tener la cultura y el juicio literarios que hacen al verdadero editor. Solo con ellos podrá realmente dejar su marca (es más bella la palabra italiana del original, por no estar contaminada de mercadotecnia: su impronta).

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