Epístola sobre La Celestina (I)



Hace casi once años, cuando ocurrió la epidemia del AH1N1 (virus que hoy recordamos casi con cariño), yo daba un curso de Literatura Medieval. Las clases se suspendieron, como ahora, y, en medio de la cuarentena, que terminó siendo muy benévola y por la que hoy suspiramos, mandé esta “epístola” a mis estudiantes sobre La Celestina. Me ha parecido un buen momento para recuperarla. Es algo larga para los textos que suelo poner aquí, así que la divido en dos partes.

 

 

VII Día de la Epidemia

Carísimos:

 

Si yo fuera un autor medieval y siguiera los cánones retóricos, debería empezar esta epístola con una captatio benevolentiae del estilo: “Temblorosamente y vencido de numerosos ruegos, doy inicio…” o “Sólo la insistencia de numerosos amigos me lleva a tomar la pluma…”, etc, etc. La captatio, dicho sea de paso, hecha para conseguir la simpatía del lector, era uno de tantos recursos retóricos a la mano de un escritor de la época. Generalmente se recurría a la falsa modestia (otro tópico), asegurando que, si bien uno no sabía nada del tema, se animaba a dar a conocer sus opiniones, etc. El incipit o comienzo de una obra, antes como hoy, era de capital importancia. Diría que resisto las tentaciones y que no recurriré a la retórica, pero, a decir verdad, afirmar que no se sabe por dónde empezar y que no se va a ser retórico es otro tópico retórico. ¿Ven? No hay para dónde hacerse.

Gracias al AH1N1, he tenido oportunidad de releer La Celestina con una calma que de otra forma quizá no habría sido posible. Espero que ustedes también; no hay mal que por bien no venga. En este momento, por cierto, y durante todo el día, no he tenido conexión de internet (¿mencioné que estoy colgado de una pirata?), pero espero que en algún punto regrese y pueda enviarles esto, ya se verá. Me gustaría tener mejores ediciones a la mano, historias de la literatura medieval, alguna bibliografía elemental, pero tendré que arreglármelas con don Julio Cejador y Frauca y alguna cosa más. No nos quejemos; es una buena oportunidad para ver cómo podemos comentar un texto abandonados a nuestros propios recursos. Pensemos en Auerbach. ¿Alguna vez les conté la historia de Erich Auerbach y Mimesis? Mimesis es un estudio fundamental sobre la representación de la realidad en la literatura. Bueno, pues, Auerbach tuvo que salir corriendo de la Alemania nazi y refugiarse en Estambul, donde a la sazón no había muchas bibliotecas que digamos. Solo, sin sus libros, a mano, y únicamente con lo que tenía en la cabeza, escribió ese que es uno de los mayores estudios literarios. Cada vez que vayamos a quejarnos: “es que no tengo tal libro”, “es que aquí no hay nada”, “es que me falta tal cosa” (yo me quejo a cada rato), pensemos en Auerbach.

¿Alguno de ustedes había leído La Celestina antes? Espero que sí. Si no, no hay por qué alarmarse. ¡Qué obra extraordinaria! Como decía a propósito, creo, de Manrique, a algunas obras medievales las juzgamos con la condescendencia de la distancia histórica (nos pasó, creo, con Don Juan Manuel; una actitud de: “Bueno, era el siglo XIV”, o algo así). Con las grandes obras, con las Coplas, con La Celestina, no. Estos son, como los llamaba Gadamer, “textos eminentes”, los que se leen una y otra vez sin agotarse. La Celestina es una obra de genio, viva ahora como hace 500 años.

El personaje propiamente de Celestina (que acabó justamente robándose el libro porque recordemos que su título original es Comedia de Calisto y Melibea) es una obra maestra de la construcción literaria. Sus pares, sospecho, más que en la literatura española, habría que buscarlos en Shakespeare, en Yago, en Macbeth. Probablemente el personaje más puramente demoníaco de las letras españolas. La visión del mundo de la obra –sombría, pesimista, radicalmente trágica; piensen en el discurso final de Pleberio– la hace destacar del resto. Detrás de todo, un hombre del que, para variar, sabemos muy poco: Fernando de Rojas, jurista nacido en Puebla de Montalbán, avencidado en Talavera, muy probablemente judío converso.

La génesis de La Celestina y la historia de sus ediciones son increíblemente complejas y peliagudas. Es uno de los grandes retos ecdóticos de la literatura española. No vamos a demorarnos mucho en eso, pero les hago una introducción. La primera edición impresa es de 1499 (en Burgos), aunque ya circulaba antes en manuscritos. Fue escrita en los últimos años del siglo XV. Según el primer prólogo, el autor habría leído el auto 1 (de autor desconocido), le habría gustado mucho y habría decidido continuar la obra, agregándole otros 15, que supuestamente habría escrito en quince días en unas vacaciones (15 días, ajá). Así salió primero y se llamaba sencillamente Comedia de Calisto y Melibea. En las ediciones posteriores se le aumentaron otros cinco autos, quedando finalmente en 21, como se lee ahora, y cambió a Tragicomedia de Calisto y Melibea. Los cinco nuevos están entre el 14 y el 19 (la historia de Centurión, básicamente). Habrán notado, espero, que después de que muere Celestina, sin duda el clímax del drama, la obra parece prolongarse demasiado, amén de que los personajes cambian un poco. La versión original era más breve, pero quizá mejor lograda. Hay toda una polémica acerca de los autos agregados (¿son de Rojas o no son de Rojas?), como también la hay sobre el primer auto (¿de veras no es de Rojas o es sólo un artificio retórico del mismo?). Omito los problemas sobre los prólogos, los acrósticos, los argumentos, etc. Sobre estas cuestiones ha ardido Troya entre la crítica celestinesca.

Lo que es seguro es que La Celestina surgió en el ambiente estudiantil de Salamanca de finales del siglo XV (Rojas estudiaba ahí). En la universidad, por supuesto, se leían las comedia clásicas, Plauto y Terencio, por ejemplo. Esto originó lo que se conoce como comedia humanística, escrita en latín, imitación de la clásica. Muchas veces estas trataban sobre amores o juegos de seducción. La Celestina es, en principio, una comedia humanística escrita en vulgar, pero desde luego terminó siendo mucho más que eso. Me imagino que se habrán cuestionado sobre el género de la obra: ¿qué diantres es esto? ¿Una obra de teatro? Muy larga para ser representada, ¿no? ¿Una novela? Hoy se lee como tal, y es, sin duda, uno de los antecedentes de la novela moderna, pero no había novelas propiamente dichas a finales del XV y Rojas no la concibió como tal, aunque Rojas, hoy, seria novelista, no me cabe la menor duda. Es, sin duda, literatura dramática, pues está basada en diálogos, pero no para ser representada como una obra normal. La Celestina, comedia o tragicomedia, fue escrita para ser leída en voz alta y escuchada por un auditorio reducido, como se deduce de algunos comentarios de los prólogos y los poemas finales (“Assi que quando diez personas se juntaren a oyr esta comedia…”).

El primer auto de la Comedia, el más largo, tiene muchas cosas para comentar. Veamos la escena inicial: Calisto entra al jardín de Melibea porque alli fue a dar un halcón suyo (Calisto, naturalmente, practica la caza de altanería, que usa halcones, y en esa referencia a la caza y al ave hay ya un indicio simbólico de lo que va a ser la relación Calisto-Melibea). Le habla de amor y, como sabemos, Melibea lo echa. Empieza entonces una discusión con Sempronio hasta que Calisto, literalmente, lo manda al diablo: “¡Ve con el diablo!”, a lo que Sempronio contesta: “No creo, según pienso, yr comigo el que contigo queda. ¡O desbentura! ¡O súbito mal!”. A partir de allí, y no han pasado sino algunos diálogos, sabemos quién va a regir la acción, cuál es la fuerza detrás de toda la trama. La atmósfera demoníaca, anticristiana, se refuerza apenas un poco después en uno de los más famosos diálogos de la obra. Pregunta Sempronio a Calisto: “¿Tú no eres cristiano?”. Y éste responde: “¿Yo? Melibeo soy e a Melibea adoro e en Melibea creo e a Melibea amo”. Este credo herético/erótico es el que está en el fondo de la tragedia. La obra entera es una diatriba contra el “loco amor”, pues lo que mueve a Calisto no es, naturalmente, el amor cortés (hay, habrán notado, parodias despiadadas del ideal cortesano en La Celestina), sino el puro deseo. Observen que cuando Sempronio le habla a Calisto de Celestina por primera vez, se la pinta tal cual es, no lo engaña: “… una vieja barbuda… hechicera, astuta, sagaz en quantas maldades ay… A las duras peñas provocará la luxuria, si quiere”. Y aun así Calisto la busca para conseguir sus fines. No se podrá llamar a engaño: sabe, desde un principio, que hace un pacto con el diablo.

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