En la playa, Solar de Ian McEwan, del que había leído con admiración Chesil beach, pequeña obra maestra, y con desencanto The comfort of strangers. Es una novela cómica en la mejor tradición inglesa, la de Kingsley Amis o Tom Sharpe (con pocos libros me he reído tanto, por cierto, como con la serie de Wilt). No es propiamente una campus novel, pero su trasfondo es la vida académica. El protagonista, Michael Beard, es un eminente físico cincuentón (premio Nobel y todo) cuyos mejores años han pasado y que, gracias a una serie de coincidencias que McEwan hace verosímiles, busca reinventarse profesional y personalmente proponiendo una solución para el calentamiento global. Gordo y calvo, está lejos de ser un Adonis, pero se las arregla para estar siempre rodeado de mujeres, a las que engaña compulsivamente. No es un mujeriego exigente y es feliz con mujeres no necesariamente jóvenes, no necesariamente guapas, pero amables y que le sepan cocinar (residuo de un complejo edípico, pues su madre se dedicó a sobrealimentarlo). Pertenece, además, a esa clase de mujeriegos que no solo salen con muchas mujeres: se casan con ellas, y cuando el libro empieza lo encontramos en su quinto matrimonio. La novela es fundamentalmente el personaje, claro, pero la trama no desmerece. Beard se las ingenia para exitosamente inculpar a un hombre inocente de un asesinato y aprovecharse de un descubrimiento científico ajeno, pero cae en desgracia cuando hace un comentario políticamente incorrecto a propósito de las mujeres y las ciencias, en las que son sin duda las páginas más desternillantes del libro. McEwan hace una sátira feroz del Posmodernismo y todos los ismos que han plagado los departamentos de literatura y humanidades alrededor del mundo hasta reducir su seriedad y rigor a cenizas y volverlos, no sin razón, el hazmerreír de las ciencias duras. La novela tropieza al final cuando McEwan, increíblemente, decide castigar a Beard, cuando todo pedía a gritos su triunfo, enfatizando la ambigüedad de la moral y la ausencia de justicia, como de hecho ocurre en el caso de otros antihéroes (por ejemplo, el Tom Ripley de Patricia Highsmith). Pero no: McEwan decidió dar una lección moral. A pesar de ello, la novela –ligera, entretenida, divertida– es una estupenda lectura de playa.