
Sigo con Vila-Matas. Ahora leí París no se acaba nunca, sobre los años que el autor pasó en París mientras escribía su primera novela. Vila-Matas (acaso sea éste el rasgo que me lo hace más simpático) es uno de los escasísimos escritores de la alegría. En literatura, nada hay más sobrevalorado que la gravedad y la tristeza, que suelen pasar por inteligencia y profundidad, cuando muchas veces son lo contrario. Nada más devaluado, por el contrario, que la alegría y la ligereza, que se juzgan ingenuas y superficiales (a la gente que así piensa, no le recomiendo la lectura de Montaigne, Cervantes o Sterne, autores eminentemente alegres). En un momento de su estancia parisina, el joven Vila-Matas observa que quizá se equivoca cultivando esmeradamente su imagen de atormentado y maldito: “Fue la primera vez que advertí que tal vez lo elegante podía ser algo distinto de lo que siempre había pensado, tal vez lo elegante era vivir en la alegría del presente, que es una forma de sentirnos inmortales. Nadie nos pide que vivamos la vida en rosa, pero tampoco la desesperación en negro. Como dice el proverbio chino, ningún hombre puede impedir que el pájaro oscuro de la tristeza vuele sobre su cabeza, pero lo que sí puede impedir es que anide en su cabellera. ‘No hago nada sin alegría’, decía Montaigne… Ahora pienso que es de verdaderos cataplasmas estar en el mundo sin experimentar la alegría de vivir. Dice Fernando Savater que el dicho castizo tomarse las cosas con filosofía no significa tomarse las cosas con resignación, ni tampoco con gravedad, sino tomárselas alegremente. Claro. Después de todo, para estar desesperados tenemos toda la eternidad”.
I don´t want to take part of this madness in which sexual orientation… skin pigmentation, gender, origin of one sort or another is deem to me the most crucial element in apprehending a poet, or a playwright, or a story writer, or a novelist, or even an essayist. I guess I´m very old fashion.
Envilamatado como estoy, terminé hace poco el Dietario voluble, que cubre tres años (2005-2008) del diario del autor. Sobra decir que es un diario archiliterario, repleto de citas, referencias, autores y obras. Un diario nacido desde la literatura y que se vuelve inmediatamente parte de ella. En Vila-Matas, como en todo verdadero leedor, la lectura no está al margen de la vida, sino en su centro: es el centro. Las cosas no acaban de ser reales hasta que no pasan por el tamiz de la literatura. Aparte de gran leedor, Vila-Matas es un observador minucioso de la vida, un paseante de la vida (como su admirado Robert Walser) y un devoto de la épica cotidiana. En el Dietario hay fragmentos de sabiduría casi montañesca, como éste, escrito durante una convalecencia:
Hay que saber –decía Himket– que la cosa más real y bella es vivir. Y no olvidar que vivir es nuestra tarea. Estemos donde estemos, hemos de vivir como si nunca hubiésemos de morir. Aunque, por ejemplo, nos queden unos minutos de vida hay que seguir riendo con el último chiste, mirando por la ventana para ver si el tiempo sigue lluvioso, esperando con impaciencia las últimas noticias de prensa. No nos engañemos. Se enfriará este mundo, una estrella entre las estrellas y, por otra parte, una de las más pequeñas del universo, es decir, una gota brillante en el terciopelo azul. Se enfriará este mundo un día y se deslizará en la ciega tiniebla del infinito –ni como una bola de nieve, ni como una nube muerta–, como una nuez vacía. Creo que debemos tener en cuenta esto y amar al mundo en todo momento, amarlo tan conscientemente que podamos al final cada uno de nosotros decir: he vivido.
En un avión turbulento leo Qedeshím Qedeshóth (que, a propósito, significa «la cortesana del templo», en fenicio), antología poética del recién fallecido Gonzalo Rojas. Cuando la turbulencia arrecia advierto que leo como si estuviera rezando (todo poema aspira a la condición de oración). Ahora pienso que en cierta forma fue muy apropiado: Rojas es ante todo un poeta aéreo.
La palabra
Un aire, un aire, un aire,
un aire,
un aire nuevo:
no para respirarlo
sino para vivirlo.
Leo en las vacaciones El mal de Montano de Enrique Vila-Matas. La había comprado hace tiempo y la tenía ahí, en el librero, esperando el momento adecuado. Es una de las novelas más notables que haya leído en los últimos años. Vila-Matas está –que diría Borges– “podrido de literatura” y escribe para otros podridos como él. Es, ante todo, un leedor (http://elleedor.blogspot.com/2010/07/que-es-un-leedor.html) y sus novelas son precisamente las obras de un leedor-escritor en busca de sus semejantes. El mero lector de novelas no tiene nada qué hacer aquí. Solo un leedor puede comprender cabalmente lo que significan párrafos como éste:
Soy un enfermo de literatura. De seguir así, ésta podría acabar tragándome, como un pelele dentro de un remolino, hasta hacer que me pierda en sus comarcas sin límites. Me asfixia cada vez más la literatura, a mis cincuenta años me angustia pensar que mi destino sea acabar convirtiéndome en un diccionario ambulante de citas.
-¿Por qué le gusta llevar siempre la contraria?
-Yo nunca llevo la contraria.
Idleness is the mother of possibility, which is as much as necessity the mother of inventiveness. Now that our technologies so adeptly bridge the old divide between industriousness and relaxation, work and play, either through oscillation or else a kind of merging, everything being merely digits put to different uses, we ought to ask if we aren’t selling off the site of our greatest possible happiness. “In wildness is the preservation of the world,” wrote Thoreau. In idleness, the corollary maxim might run, is the salvaging of the inner life.
El resto, aquí: http://www.laphamsquarterly.org/essays/the-mother-of-possibility.php?page=all
Leo de una sentada Llamadas de Ámsterdam, novela corta de Juan Villoro. Es una pequeña obra maestra en ese difícil género al que pertenece Batallas en el desierto, con la que algo tiene en común (por lo pronto, va para clásico de la Condesa como la obra de Pacheco es de la Roma). Es una historia de amor sencilla y compleja al mismo tiempo, como la mayoría de las historias de amor. Dos personas se conocen, se enamoran, conviven y se separan. Nunca se olvidan. ¿Hay algo más simple?, ¿hay algo más complicado? Los amantes vuelven a encontrarse en una serie de misteriosas llamadas telefónicas. Espacialmente, apenas los separa un parque, pero temporal, emocionalmente, ya hay entre ellos un abismo, un abismo que no pueden dejar de mirar, pero que tampoco podrá ser cruzado. Todo el íntimo drama de la novela podría resumirse en una de las frases de ella: “¿Sigues ahí, fantasma?”. Sobra decirlo, los fantasmas siempre siguen ahí.
«He vivido bastante para darme cuenta que la diferencia engendra el odio».
«Cuántos hombres se creen virtuosos porque son austeros y razonables porque son aburridos».
«La mojigatería es una especie de avaricia, la peor de todas».
«La vocación es tener por oficio su pasión».
«La única excusa de Dios es que no existe»
Decía Alejandro Rossi que era un alivio poder expresarse a través de los otros: ellos hacen el esfuerzo, nosotros asentimos. No se diga citar a través de terceros. En el inteligente blog de Jesús Silva-Herzog Márquez, encuentro estas joyas de Charles Simic (retomo sólo algunas que tienen que ver con la literatura, pero hay más: http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com/el_blog_de_jess_silva_her/2011/03/notas-de-charles-simic.html ):
«El poeta ve lo que el filósofo piensa.»
«Poema corto: sé breve y dinos todo.»
«La ambición de la teoría literaria de hoy parece ser encontrar el modo de leer literatura sin imaginación.»
«La poesía y la filosofía producen lectores lentos y solitarios.»
“Quisiera mostrarle a los lectores que las cosas más familiares que los rodean son ininteligibles.”
En su blog de Le Monde, Pierre Assouline retoma la discusión propuesta por el New York Times, «Why criticism matters». Traduzco apresuradamente algunos pasajes: «En el fondo, para que la crítica importe, hace falta en principio que los críticos la traten con consideración teniéndola por un género literario por derecho propio, lo que exige un verdadero esfuerzo de escritura, y presentarse a sí mismos, no como árbitros de la elegancia literaria, sino como autores… Si el crítico literario quiere seguir existiendo en el flujo de las imágenes y el magma de las palabras, se debe distinguir elevando el nivel cada vez que interprete un texto en relación a otros… Que no participe en la promoción sólo haciéndose eco de las novedades de librería… Que se comprometa con una postura a condición de que la justifique. Que haga descubrir y soñar. Que informe jerarquizando. Que tenga tanto memoria y curiosidad como generosidad. Que sorprenda, impulse, inquiete y conmueva. Que ponga un libro en perspectiva y lo contextualize».
http://passouline.blog.lemonde.fr/2011/03/15/funerailles-annoncees-du-critique-olympien/
En el prólogo de Cuentos y relatos libertinos me encuentro con una cita de La noche y el momento, diálogo de Crébillon fils. Lo busco y lo encuentro (¡gracias Google Books!), íntegro, en una edición holandesa de 1756. En la obra, Clitandro y Cidalisa, antiguos amantes, se reúnen en la habitación de ella a medianoche. Básicamente charlan, como buenos amigos, y Clitandro expone lo que podría considerarse el credo erótico de ese amable siglo XVIII: “Se gustan, se toman. ¿Se aburren? Se dejan con tan poca ceremonia como se tomaron. ¿Se vuelven a gustar? Se retoman con tanta vivacidad como si fuera la primera vez que estuvieran juntos. Se vuelven a dejar y nunca se pelean. Es cierto que el amor no entra para nada en esto, pero el amor ¿qué es sino un deseo que uno se complace en exagerar, un movimiento de los sentidos que la vanidad de los hombres ha querido transformar en virtud? Hoy se sabe que sólo existe el gusto y si todavía se dice que se ama es menos porque se crea realmente que por ser una manera más cortés de pedir lo que se necesita. Como se han tomado sin amarse, se separan sin odiarse… Y creo, en conclusión, que hay bastante sabiduría en sacrificar a tantos placeres unos cuantos viejos prejuicios que dan tan poca estima, y mucho aburrimiento, a quienes aún hacen de ellos su regla de conducta”.
Releo el Sin retorno de Vivant Denon en la antología Cuentos y relatos libertinos de Mauro Armiño, publicada hace poco por Siruela y el FCE. La primera vez la leí en una edición de Vuelta, traducida por Aurelio Asiain. Es una pequeña obra maestra, una joya de la literatura libertina. Milan Kundera, heredero directo del espíritu libertino del siglo XVIII, le rinde un homenaje en su novela La lentitud, por cierto la que prefiero entre sus novelas francesas. No tengo a la mano mi ejemplar, para variar, pero recuerdo que contrasta la parsimonia y el hedonismo del héroe denoniano con la premura y la incapacidad de gozar de los modernos. Pese a las apariencias, no hemos sabido ser buenos herederos de los libertinos. Ellos cultivaron, delicada y escrupulosamente, el arte del placer; a nosotros se nos atraganta. Nos sobra prisa y gravedad; nos falta lentitud y ligereza, condiciones del verdadero hedonismo.
“Historia literaria desideretur” (o, en buen romance, “se echa de menos una historia literaria”), lamentaba Francis Bacon en el siglo XVII, mucho antes de que aparecieran las primeras historias modernas de la literatura. Pocos fenómenos literarios más interesantes, justamente, que el de historiar la literatura. ¿Cómo se escribe, en efecto, una historia literaria?
http://www.nytimes.com/2011/01/02/books/review/Tanenhaus-t.html
Releo el Thomas Mann vivo (Era, 1972) de García Ponce. Resultado de la admiración y el entusiasmo por una obra (invariable origen de la mejor crítica), es una excelente introducción al mundo de Mann y un auténtico ejemplo de ensayo de crítica literaria. A través del comentario de sus principales obras (Los Buddenbrook, Tonio Kröger, La muerte en Venecia, La montaña mágica y el Doctor Faustus), García Ponce va conduciendo al lector por el intrincado itinerario espiritual y artístico del autor. Grato compañero de viaje para el lector familiarizado con el Zauberer y estupenda invitación para quien no.
Releo El libro, nouvelle de Juan García Ponce. Me exasperan, a ratos, esas frases larguísimas, sinuosas, interminables, paradójicas, que tanto fascinaron a García Ponce durante una etapa, aquella en que más acusaba el influjo de Musil (y no por nada el libro en cuestión es un libro suyo). La trama –la relación entre un profesor y su alumna– avanza tortuosamente a través de ellas. De cualquier forma, como de costumbre, hay imágenes (recurso garcíaponcesco por excelencia) y frases memorables:
–¿Por qué me miras tanto? –dijo Marcela, alzando el brazo y poniéndole un instante la mano sobre los ojos.
–Para hacerte ser. Siempre te he mirado –contestó Eduardo.
(Una reseña de otras novelas de García Ponce, Inmaculada y Pasado presente, por acá: http://www.letraslibres.com/index.php?art=13352 ).