Comprada hace años, leo apenas The Marriage Plot (2011), de Jeffrey Eugenides, a quien, como muchos, conocí primero por la adaptación al cine de su primera novela, The Virgin Suicides (1993). Aparte, Eugenides ha escrito una tercera –la segunda cronológicamente–, Middlesex (2002). Suele tomarse casi diez años entre novela y novela y leyendo The Marriage Plot se entiende: una trama y unos personajes muy elaborados, de largo desarrollo. Una obra así no se escribe en un par de años. Recuerda un poco a Freedom de Jonathan Franzen –esta aún más ambiciosa, claro–, no por la recurrencia de personajes y ambientes –jóvenes norteamericanos que asisten a la universidad–, sino por ser básicamente novelas decimonónicas escritas en el siglo XXI, con un ligero twist.
Aparte de girar alrededor del obvio, y muy entretenido, conflicto amoroso –un triángulo originalmente situado en Brown a principios de los ochenta entre Madeleine, devota lectora de novelas victorianas; Leonard Bankhead, brillante estudiante de ciencias, casanova y maniaco-depresivo, y Mitchell Grammaticus, alumno de estudios religiosos inmerso en una búsqueda espiritual que, adivinamos, acabará siendo escritor–, The Marriage Plot es una novela sobre la lectura. Baste la primera línea: “To start with, look at all the books”, y luego el detenido catálogo de las lecturas de la protagonista: Wharton, James, Dickens, Trollope, Austen, Eliot, Brönte… Madeleine es una leedora (una leedora romántica, claro). Sin embargo, el libro clave en la historia para ella no será, por cierto, una novela sino… Fragmentos de un discurso amoroso (el mejor libro de Barthes, diría yo, el llamado a sobrevivir).
En el momento del ascenso de la teoría literaria y la deconstrucción en las universidades gringas, la pobre Madeleine va a parar a una clase de semiótica teórica (Eugenides, que se ve que las padeció, no desaprovecha la oportunidad para criticarlas). Tras intentar descifrar aquellos textos esotéricos, vuelve a sus novelas y reflexiona:
Reading a novel after reading semiotic theory was like jogging empty-handed after jogging with hand weights. After getting out of Semiotics 211, Madeleine fled to the Rockefeller Library, down to B Level, where the stacks exuded a vivifying smell of mold, and grabbed something –anything, The House of Mirth, Daniel Deronda– to restore herself to sanity. How wonderful it was when one sentence followed logically from the sentence before! What exquisite guilt she felt, wickedly enjoying narrative! Madeleine felt safe with a nineteenth-century novel. There were going to be people in it. Something was going to happen to them in a place resembling the world.
Me pregunto si esta hermosa imagen –la muchacha que lee vorazmente novelas del siglo XIX– no va perteneciendo cada vez más, inexorablemente, al pasado. Por lo pronto, sigue leyendo, Madeleine.