Releí hace poco, con creciente desencanto, The great Gatsby (quizá porque volví a ella con demasiadas expectativas, me llegó a parecer incluso inferior a This side of paradise y hasta The beautiful and the damned, aunque seguramente no lo es) y me pregunto si no será la gran superstición de la literatura norteamericana. Fitzgerald mismo (buen narrador, pero desde luego no un novelista de primer orden) está evidentemente sobrevalorado; es, más bien, un gran novelista menor: ligero y grácil, como el champagne que corría en sus fiestas y las de sus héroes. Pero no quiero ser ingrato: hace algunos veranos descubrí que uno de los grandes placeres de la vida consiste en leer a Fitzgerald tomando un baño de tina, bebiendo whisky y escuchando Miles Davis (un placer snob, ya lo sé, qué se le va hacer).