Antes y después de releer el Quijote, leo algunos libros sobre el mismo: El Quijote de Miguel de Cervantes de Luis Gómez Canseco, muy buena introducción de conjunto, que recomendaría como primera bibliografía cervantina y quijotesca; el Don Quijote. Del libro al mito de Jean Cannavagio, que muestra cómo el libro cómico y de entretenimiento del siglo XVII se convirtió en un mito romántico en el XIX; Aproximación al Quijote de Martín de Riquer, suerte de resumen comentado de la obra que, sin embargo, se sigue leyendo con utilidad; Tiempos del Quijote de Francisco Rico, seguramente el mejor conocedor del Quijotede la actualidad, recopilación de artículos y ensayos sobre diversos aspectos, desde los que tienen que ver con el sentido global de la novela hasta circunstancias eruditas secundarias (como el que dedica a El buscapiés, apócrifo cervantino).
El cervantismo es terreno aparte en la crítica literaria hispánica (sobre todo la académica), incluso dentro del área de los estudios de los Siglos de Oro. El que se asoma un poco a ella (yo, al menos) no es raro que salga de ahí un poco melancólico. Los libros y autores mencionados arriba son excepciones, pues tratan del significado general de la obra e intentan razonar sobre lo trascendente en el Quijote, pero mucho me temo que la norma sea la insignificancia, el miniaturismo erudito, la microespecialización irrelevante. Agotados los grandes temas, o aparentemente agotados (o, peor aún, rehuidos o hasta insospechados), buena parte del cervantismo contemporáneo se refugia en el detalle insignificante. Y sí, tal o cual trabajo ilumina una frase o un giro lingüístico y es verdad que la filología avanza con esas minucias, pero uno se pregunta, a veces, si no será a costa de lo más importante y si, en algunos casos, no será por qué en realidad no tienen nada trascendente qué decir.