Releo el fin de semana el Adolphe de Benjamin Constant (1767-1830). De mi primera y ya algo remota lectura, recordaba, sobre todo, la penetración psicológica, la observación que en un par de frases explica las razones de una conducta. La trama –inspirada en su affaire con Madame de Staël– trata sobre la pasión de un hombre joven con una mujer mayor. El enamoramiento y las primeras fases del amor están apenas descritas y la mayor parte se concentra en el largo y pantanoso proceso de la separación de los amantes, que la irresolución del protagonista no hace sino agravar (pocas cosas más nocivas, en términos sentimentales, que la falta de resolución, por compasión o comodidad; se termina, invariablemente, haciendo más daño). Cito, sin embargo, una descripción de la primera parte, no la menos luminosa de la novela: “El amor sustituye la falta de recuerdos de un modo casi mágico. Todos los demás afectos necesitan el pasado: el amor crea un pasado como por encantamiento y nos rodea de él. Nos da, por así decirlo, la conciencia de haber vivido durante años con un ser que no hace mucho nos resultaba casi extraño. El amor es sólo un punto luminoso. Hace unos días no existía, pronto dejará de existir; pero, mientras existe, expande su luz tanto sobre la época que lo ha precedido como sobre la que debe seguirlo”.