Leo Pale fire de Nabokov. Cómica, sofisticada, archiliteraria, es un gran divertimento, en el sentido más noble de esa palabra. El lector se divierte leyéndola, pero sospecha que Nabokov se debe haber divertido más escribiéndola. Como Lolita, está llena de chistes literarios, juegos lingüísticos, guiños para el iniciado. Cuando el autor declaró que escribía, sobre todo, para otros artistas y compañeros de escritura, debió haber estado pensando, sobre todo, en esta obra. Como se sabe, la novela son las notas al poema “Pale fire” de John Shade, que ocupa apenas las primeras páginas del libro. Poco a poco, el lector va adivinando que el comentarista, el misterioso Charles Kinbote, calla más de lo que dice y manipula y tergiversa a su antojo. La novela es una gran parábola de las relaciones entre el autor y el crítico y, más precisamente, entre el autor y el editor crítico. Conciente de que éste siempre viene después y requiere del primero para existir, el crítico desquita su resentimiento y su envidia en las notas porque “para bien o para mal, es el comentarista el que tiene la última palabra”. Aunque, en última instancia, toda vida humana no sea, quizá, más que “una serie de notas al pie de una vasta, oscura e inconclusa obra maestra” (o, lo más probable, una obra fallida y mediocre).