Middlemarch

Leo, finalmente, Middlemarch de George Eliot. Si se pasa cierto número de años leyendo novelas, después de un tiempo no quedan demasiadas novelas clásicas que supongan un verdadero impacto, que nos hagan sentir como la primera vez que leímos a Tolstoi o a Balzac. Middlemarch ha supuesto ese impacto. Tengo la impresión de que no es muy frecuentada por los lectores hispánicos (a quienes, por cierto, no escapará el hecho de que la obra comience y acabe con referencias a santa Teresa); no, al menos, en comparación a las obras de Jane Austen o las Brönte. Y qué abismalmente superior a ellas es George Eliot; en la vastedad de su construcción novelesca, en su profundidad psicológica y su sutileza moral. La sencillez de Austen y la estridencia de Emily Brönte palidecen frente a la complejidad del mundo de Eliot. Se entiende por qué Virginia Woolf decía que Middlemarch era uno de los pocos libros ingleses escritos para adultos y George Steiner, a cuyo juicio me sumo a partir de ahora, la considera la mejor novela del realismo inglés.

Middlemarch gira alrededor de la vida de varios jóvenes, parejas de jóvenes, pero tiene, sobre todo, dos protagonistas que son como las dos caras, femenina y masculina, de uno solo: Dorothea y Lydgate. Ambos son inteligentes, apuestos, dedicados, ambiciosos y poseen un gran ardor vital, pero ninguno de los dos logrará sus metas, pues el medio social en el que viven y sus propios defectos los irán lastrando. Dorothea tiene la ambición de una moderna santa Teresa, pero, aparte de que una cosa es la ambición y otra realmente la capacidad, las represivas convenciones sociales de la Inglaterra de su época le impedirán desplegarla; Lydgate es un médico brillante que quiere hacer grandes descubrimientos científicos, pero la mediocridad de la vida ordinaria y mundana lo irá enredando hasta alejarlo por completo de sus grandes propósitos. Middlemarch, que puede ser interpretada como “a medio camino”, es la historia de cómo se reducen o frustran las ambiciones juveniles.

Quizá la mayor virtud de la novela sea el narrador, identificado con el novelista: omnisciente, omnipresente, sagaz, sereno, penetrante, reflexivo e irónico. Las casi mil páginas de la novela abundan en observaciones memorables. Transcribo algunas:

Sobre la decepción matrimonial de Dorothea:

“Es frecuente cierto desánimo, cierto encogimiento del corazón ante la concreción de un futuro real que sustituye al imaginario, y no esperamos que nadie se sienta profundamente conmovido por lo que es frecuente… Si percibiéramos y sintiésemos con intensidad la vida humana ordinaria en su totalidad, sería como si oyéramos crecer la hierba y los latidos del corazón de una ardilla y moriríamos de ese rugido que se esconde al otro lado del silencio. Tal como están las cosas, el más perceptivo de entre nosotros camina por el mundo bien protegido por la estupidez”.

¿Cómo era posible que, en las semanas transcurridas desde la boda, Dorothea, sin advertirlo con claridad, sintiera, con sofocante melancolía, que las amplias perspectivas y las brisas refrescantes que había soñado encontrar en la mente de su marido quedaban reemplazadas por antecámaras y pasillos llenos de recodos que parecían no conducir a ningún sitio? Supongo que era debido a que durante el noviazgo todo se ve como provisional y preliminar y la más pequeña muestra de virtud o talento parece garantizar maravillosas reservas que los amplios ocios del matrimonio servirán para revelar. Pero una vez que se cruza el umbral del nuevo estado, las esperanzas se concentran en el presente. Una vez embarcados en el viaje marital, es imposible no darse cuenta de que no se avanza y de que seguimos sin ver el mar…, de que, en realidad, lo que estamos explorando no es más que un estanque”.

Sobre la personalidad de Lydgate:

“Porque también el carácter es un proceso y un desarrollo. El hombre estaba aún haciéndose, tanto como médico de Middlemarch como de descubridor destinado a la inmortalidad y había en Lydgate virtudes y faltas capaces de menguar o de crecer. Espero que sus faltas no sean motivo para que desaparezca nuestro interés por él. ¿Acaso no existe, entre los amigos que valoramos, alguno que es un poco desdeñoso y tiene demasiada confianza en sí mismo, cuya mente preclara se halla un tanto contaminada de vulgaridad; que está un poco encogido aquí e hinchado allá por prejuicios locales…? Nuestras vanidades se diferencian tanto como nuestras narices: todo engreimiento no es el mismo engreimiento, sino que varía en correspondencia con las minucias de la estructura mental en las que cada uno de nosotros difiere de las demás. La vanidad de Lydgate era del tipo arrogante, nunca bobalicona, nunca impertinente, pero sólida en sus exigencias y benévolamente desdeñosa.”

Sobre el reseco erudito Casaubon:

“El señor Casaubon no había tenido nunca una sólida base corporal y su alma era sensible sin ser entusiasta: demasiado lánguida para olvidarse de sí misma en apasionado deleite, se agitaba sobre el terreno pantanoso donde había sido incubada pensando en sus alas y sin volar nunca. Su experiencia era de esa triste clase que rehúye la compasión y teme sobre todo que llegue a ser conocida: era la experiencia de esa orgullosa y raquítica sensibilidad que carece de masa suficiente para transformarla en afecto hacia los demás, y que vibra, filiforme, en pequeñas corrientes de ensimismamiento o, en el mejor de los casos, de escrupuloso egoísmo… Es un destino incómodo ser una persona muy instruida y no disfrutar con ello: presenciar el gran espectáculo de la vida sin librarse nunca de una subjetividad pequeña, hambrienta y temblorosa: no dejarse nunca poseer plenamente por la gloria que tenemos delante de los ojos, no lograr nunca que nuestra consciencia se transforme con entusiasmo en la intensidad de un pensamiento, en el ardor de una pasión, en la energía de una acción, y ser siempre erudito y poco inspirado, ambicioso y tímido, escrupuloso y corto de vista.”

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Criticismo. Edición impresa

Criticismo nació en 2012 en formato digital (www.criticismo.com). A lo largo de estos seis años, ha reseñado más de ciento cincuenta autores y obras, y reunido a más de cincuenta jóvenes críticos, algunos de los cuales han publicado aquí sus primeras reseñas. Fue la intención original de la revista ser precisamente un espacio de formación y expresión de nuevos críticos, y espera seguirlo siendo.

En este tiempo, Criticismo ha procurado mantenerse fiel a los valores que declaró en su primer editorial: lectura lenta, reflexión detenida, crítica fundamentada, prosa legible y pulcra. Ha querido reflejarlos en su diseño, regido por el texto y el blanco y negro. Ha intentado, sobre todo, reivindicar la reseña, cada vez más arrinconada en periódicos y revistas y limitada, con frecuencia, a mera noticia, resumen o comentario apresurado. La reseña, primer acercamiento de la crítica, puede y debe ser más que eso: una genuina y razonada valoración de una obra, esmeradamente escrita, un género literario en sí mismo.

Criticismo comenzó y seguirá publicándose trimestralmente en versión electrónica, pero a partir de ahora también impresa, con periodicidad semestral. Así, dos números digitales integrarán un número impreso, que se distribuirá de manera gratuita en librerías de México y España.

A punto de llegar a su séptimo año y al número veinticinco, Criticismo empieza así una nueva andadura. Como desde el principio, busca cómplices: personas que sigan creyendo que vale la pena leer y hablar sobre libros, que hagan de la lectura parte esencial de sus vidas; aficionados a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles.

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