Principios de crítica literaria

Primero, lo elemental, pero que a veces se pierde de vista: en la jerarquía de la literatura, la crítica literaria ocupa el nivel más bajo. El texto crítico –a diferencia de la novela, el cuento, el poema o el ensayo– no existe per se, es un derivado, requiere de otro texto para ser, viene siempre después de. Como categoría abstracta, la crítica es inferior a las otras formas de escritura literaria. Para subrayar el carácter subordinado de la filosofía a la teología, los pensadores medievales solían denominarla ancilla theologiae, o sea, la sierva de la teología. La crítica es la sierva de la literatura.

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Ahora bien, desde su posición ancilar, la crítica puede y debe aspirar a ser parte de la literatura. La crítica literaria –a diferencia de la crítica de otras artes: la música, la pintura o el cine– está hecha del mismo material que su objeto, el lenguaje. En su modo más alto, lo que hará será precisamente crear una literatura sobre la literatura. ¿Cómo? A través del único medio que se construye una obra de arte: la forma.

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La crítica literaria es el arte de leer; el crítico, el artista de la lectura, aquel que con base en un talento innato y mediante el estudio y la práctica, aprende a leer, a interpretar, a relacionar los textos, y que luego comparte con los demás los frutos de su arte (idealmente, puede convertirse en un maestro de lectura, pero puede ser sencillamente un compañero, alguien junto a quien leer).

El resto en http://www.criticismo.com/principios-de-critica-literaria/

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Relectura de Kafka II

Penosa relectura de la Carta al padre. No dudo que Hermann Kafka fuera un hombre poco simpático, tosco, zafio, hiriente, uno de esos pequeños tiranos domésticos que pueden hacer de la familia una primera y modesta forma de totalitarismo, pero de ahí a hacerlo el ogro responsable de todas las desdichas del hijo parece haber una gran distancia que éste no vacila en cruzar. Kafka escribió la carta en 1919, cuando tenía treinta y seis años; a ratos, parece escrita por un adolescente de dieciséis. El padre es el culpable de todo: de su debilidad, de la falta de confianza en sí mismo, de su tartamudez, su hipocondría y su incapacidad de casarse y tener hijos. Conforme se van acumulando los reproches, el lector no puede evitar preguntarse: ¿en verdad sería tan monstruoso Hermann Kafka? Por lo demás, las cosas que se le recriminan (el autoritarismo, el mal carácter, el sarcasmo, etc.) pueden ser ciertamente ofensivas, pero nada del otro mundo y poca cosa en verdad frente a un padre realmente insufrible como, digamos, el de Dostoievsky, que puesto a escribirle una carta hubiera tenido dos o tres cosas más que decir.

¿Le resta esta crítica todo valor a la Carta al padre y hace de su autor solo un pobre hombre acomplejado, incapaz de superar un resentimiento más bien adolescente? No necesariamente, claro. Como observa un personaje de la novela Deception de Philip Roth, no es que La metamorfosis o El proceso se deriven de la relación con el padre como aparece descrita en la Carta, sino que más bien la idea de esta relación se deriva de aquellas (esto es, de la visión de mundo que exponen): “para el momento en que un verdadero novelista tiene treinta y seis años, ya no está traduciendo su experiencia en ficción: está imponiendo su ficción a su experiencia”. Así entendidos, Hermann Kafka no es forzosamente un monstruo, sino el catalizador necesario para las ideas sobre el poder y la culpa de su hijo, y la Carta no un fiel testimonio de vida, sino, como todo texto autobiográfico, una ficción.

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Relectura de Kafka

Aprovecho la aparición de la hermosa colección Kafka en Debolsillo (no son propiamente obras completas, pero sí lo más importante en ediciones confiables, lo que contrasta con el desastre editorial que tradicional e increíblemente ha sido Kafka en español) para releerlo. Redescubro algunos textos y descubro otros que me habían eludido o en su momento pasado desapercibidos. En el volumen de Aforismos, reparo en éste, en el que Kafka hace su propia crítica y se explica a sí mismo de manera más clara y contundente de lo que lo harán muchos de sus exégetas futuros:

“Por lo que sé, no he tomado nada prestado de las exigencias de la vida, a excepción de la general debilidad humana, con la cual –y en ese sentido se trata de una fuerza gigantesca– he absorbido hasta el fondo lo negativo de mi tiempo, que me es muy cercano, y que no tengo el derecho de combatir, sino en cierto modo de representar; no me correspondía herencia alguna de lo escaso positivo ni de lo negativo extremo, que ya se vuelve positivo. No he sido traído a la vida, como Kierkegaard, por la mano ya flaqueante del cristianismo, ni he agarrado al vuelo en su huida el último pliegue del manto de oración judío, como los sionistas. Soy fin o principio.”

Sobra decirlo, era principio.

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In memoriam JEP (1939-2014)

El gran tema de su obra es el paso del tiempo, su fugacidad, la conciencia de que las cosas –nuestra existencia entera– ocurren una sola vez y no volverán a repetirse (lo dijo en un verso memorable: «todo es jamás para siempre»). Cuando lo advertimos, la vida ha pasado ya:
ÉPOCAS
Uno siente que el mundo ya se acaba porque cuanto termina es su

vida,

su pobre vida tan independiente de él: empezó cuando ella mismo quiso
y concluirá nadie sabe dónde ni cuándo ni de qué manera.

Morimos con las épocas que se extinguen,
inventamos edenes que no existieron,
tratamos de explicarnos el gran enigma
de estar aquí un solo largo instante entre el porvenir y el pasado.

En general, esta conciencia engendra más bien melancolía y pesimismo. Llama la atención que en uno de sus poemas, “Certeza”, haya escrito: “Si vuelvo alguna vez por el camino andado / no quiero hallar ni ruinas ni nostalgia”, porque el paisaje entero de su obra (quizá a su pesar, uno no escoge su temperamento) está lleno precisamente de ruinas y nostalgia. Y, sin embargo, en algunos cuantos poemas, habló otra voz, la de aquel que, precisamente por tener una aguda conciencia del paso del tiempo, exhorta a vivir el presente y a la esperanza:

MAÑANA
El alba está lejana.
No sé qué busca el pájaro
entre la noche densa.

Habla, murmura, insiste.
Se acerca a la ventana.

Dice que el sol no ha muerto
y existe otro mañana.

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