Redescubro a Augusto Monterroso leyendo el Tríptico formado por Movimiento perpetuo, La palabra mágica y La letra e, publicado hace años por el Fondo de Cultura Económica. A Monterroso (Tito, como medio mundo se tomaba la confianza de llamarlo, como si hubieran ido juntos al kinder), a su posteridad, le terminó haciendo más mal que bien, me temo, su fama de humorista y narrador breve. Para muchos, para la mayoría, es solo el simpático autor de fábulas y cuentos cortos y, más precisamente, de un cuento corto de cuyo nombre no quiero acordarme. Sin embargo, un libro como Movimiento perpetuo (1972), con su mezcla de cuento, ensayo y citas, anticipa la hibridez genérica y la intertextualidad tan comunes y celebradas hoy. Es un libro único, singular, como el Juan de Mairena de Machado o el Manual del distraído de Alejandro Rossi. De las tres partes que conforman Tríptico, la que prefiero, sin duda, es La letra e (fragmentos de un Diario). No costará mucho trabajo imaginar por qué. El diario en cuestión es, ante todo, un diario de lectura, una serie de notas en las que Monterroso practica la crítica breve, ocasional, a vuelo de pájaro, pero que abunda en juicios agudos y frases memorables: “un escritor no es nunca él mismo hasta que comienza a imitar libremente a otros” (“Ser uno mismo”); “entre más tontos, más audaces” (“Seguro”).