En un futuro no muy lejano, alguien, parafraseando “El jardín de senderos que se bifurcan” de Borges –maestro y amigo de nuestro homenajeado, con quien preparó la memorable colección La Biblioteca de Babel–, podría decir: “Asombroso destino el de Jacobo Fitz-James Stuart, Martínez de Irujo, conde de Siruela. Nacido en Madrid, en 1954, en el seno de una de las más prominentes casas de la aristocracia europea, la casa de Alba; niño en un jardín simétrico del palacio de Liria; docto en vampiros y decadentes, en literatura fantástica, artúrica y en la interpretación infatigable de los sueños y la tradición hermética, diseñador gráfico, ensayista y jardinero. No abandonó nada de esto para construir una de las obras editoriales más importantes de la lengua española”.
Para los amantes de los libros, el nombre de Jacobo Siruela está asociado, no solo a la mítica editorial que bautizó con su apellido y a la más reciente Atalanta, sino, sobre todo, a una forma de entender la edición –que no es, en última instancia, sino una forma de entender la lectura– que está hecha de exigencia, escrupulosidad, pulcritud, curiosidad y un refinado buen gusto. Al último trecho del siglo XX y a este, inicial, del XXI, no les han faltado excelentes editores –Roberto Calasso, Jaume Vallcorba, Vladimir Dimitrijevic, entre otros– personas que han ejercido cabalmente el oficio de editar, que no lo confunden con una de las ramas de la administración y no se reducen a ser meros gerentes, que tienen un criterio editorial y literario personalísimo, y que entienden que fundar o dirigir una casa editora es, idealmente, compartir una visión del mundo con los lectores. Ahora bien, aun dentro de este selecto grupo, Jacobo Siruela ocupa un sitio aparte.
Tras estudiar en la Universidad Autónoma de Madrid, y con apenas veinticinco años, comenzó su carrera de editor, de manera singular e inesperada –marcando una pauta que habría de seguir toda su vida– con la publicación en 1980 de La muerte del rey Artur, anónimo de la materia de Bretaña del siglo XIII, en una exquisita edición para bibliófilos. Poco tiempo después vendría la fundación de Siruela y las célebres colecciones: El Ojo sin Párpado, la Biblioteca Medieval, los Libros del Tiempo, entre otras. Pocas editoriales, me atrevería a decir que ninguna, hizo tanto en su momento por la literatura fantástica y las letras medievales como Siruela. Me permitiré una brevísima confesión personal: yo fui un adolescente que descubrió la literatura fantástica en buena parte gracias al catálogo de Siruela, pero no solo eso; para mí y para muchos, significó también el descubrimiento de otra forma de concebir el libro, materialmente, gracias al esmero con el que estaban hechos, al cuidado de la tipografía, el papel, el diseño de las portadas, etc. Para generaciones de lectores en español, sin duda para mí y muchos otros, los libros de Siruela eran el máximo objeto del deseo, y aun hoy los atesoro como una moderna joya bibliográfica.
La aventura de Siruela se prolongó más de veinte años y después, en la cúspide del prestigio literario y aun comercial, Jacobo Siruela hizo lo que ninguna persona que se deja guiar por la prudencia ordinaria haría: dejó la editorial y empezó, de cero, un nuevo proyecto. Ya en ese caso, lo previsible habría sido seguir los exitosos pasos de la empresa anterior, pero ¿a quién le interesa repetir un éxito ya probado? Ciertamente no a Jacobo Siruela quien, una vez más, fue fiel al precepto del dandismo y el decadentismo: haz siempre lo contrario de lo que se espere de ti. Así, en el 2004, nació Atalanta, que es hoy una de las editoriales más importantes, y más hermosas, del mundo hispánico. En el camino, Jacobo Siruela abandonó la ajetreada vida en Madrid y, siguiendo el consejo de fray Luis de León, se alejó del mundanal ruido y fue a refugiarse a una masía en el Ampurdan, en Cataluña, en donde, en medio de tanto alboroto separatista, no veo por qué no habría de proclamarse un nuevo Condado de Siruela o, mejor aún, el Reino de Siruela.
Hasta hace no mucho, Jacobo Siruela era conocido, sobre todo, como un exquisito y discreto editor, pero, a raíz de la publicación, en 2010, de El mundo bajo los párpados, vasta investigación sobre el mundo onírico, y, más recientemente, de Libros, secretos, se ha puesto de relieve la que acaso sea su dimensión más profunda: la de ensayista y pensador original. En las antípodas de la idolatría tecnológica y la fascinación hueca por la innovación, Jacobo Siruela nos ha hecho ver que la Modernidad no es tan moderna como pensamos y que en su corazón hay elementos muy antiguos. No porque le de la espalda a lo moderno o a lo actual, al contrario, la suya es una verdadera lección de cómo, por citar una frase que le es cara, “aprender a ver las formas viejas con ojos nuevos”. De su abuelo se dijo que era “un hombre de alma antigua”. Sería fácil repetir el elogio refiriéndose a él, pero inexacto, porque Jacobo Siruela es un hombre de alma antigua y moderna, del presente, del único presente que vale la pena vivir, el que no ha perdido la memoria y que está firmemente enraizado en el pasado y la tradición.