Más de una afinidad guardan las vidas y las personalidades de Pessoa y Borges, que nacieron con poco más de diez años de diferencia (1888 y 1899, respectivamente). Ambos nacieron a las orillas, digamos, de las grandes culturas literarias, en dos ciudades, Lisboa y Buenos Aires, que no se contaban entre sus capitales; ambos participaron brevemente en la aventura vanguardista (Borges en el ultraísmo mientras que Pessoa fue prácticamente todas las vanguardias portuguesas) y luego evolucionaron hacia el clasicismo; ambos eran extremadamente tímidos; en la vida de ambos la figura de la madre, en uno por ausencia y en otro por excesiva presencia, tuvo un papel fundamental; ambos eran miopes; ambos desempeñaron empleos humildes y pasaron algunas estrecheces económicas. Notable diferencia: Borges vivió para ver su obra reconocida y experimentar lo que sin exageración podría llamarse la gloria; Pessoa, melancólicamente, no.
Borges, como todo el mundo sabe, fue bibliotecario. Antes, claro, de ser nombrado director de la Biblioteca Nacional, fue un modesto empleado en una modesta biblioteca municipal, la Miguel Cané, en Boedo, que hoy alberga un pequeño museo dedicado al escritor. Allí trabajó casi una década, de 1937 a 1946, años a los que después se referiría como de sólida infelicidad, pero años también en los que escribió sus obras maestras. En ese lugar, en una pequeña oficina, escribió varios de los cuentos de Ficciones. Menos sabido, quizá, es que Pessoa, que toda su vida trabajó como traductor en distintas casas de comercio en Lisboa, intentó ser bibliotecario, sin conseguirlo. En efecto, en 1932, tres años antes de morir, harto de su empleo y buscando tiempo para dedicarse a su obra y finalmente irla publicando (lo que no logró), Pessoa se presentó a un concurso para obtener el puesto de bibliotecario en el Museo Biblioteca Conde de Castro Guimarães, en Cascais. Lo perdió y tuvo que resignarse a seguir traduciendo cartas comerciales de oficina en oficina en Lisboa hasta su muerte.
Lo que me interesa, y el motivo del título de esta nota, es que las burocracias portuguesa y argentina conservan prueba del periplo bibliotecario de ambos escritores. Para concursar, Pessoa tuvo que presentar un curriculum vitae que João Gaspar Simões incluye como apéndice en su Vida y obra de Fernando Pessoa y que dice:
Fernando Nogueira Pessoa, soltero, adulto, escritor, residente en Lisboa, en la Rua Coelho de Rocha número dieciséis, primer piso, y provisionalmente en Cascais, en la Rua Oriental del Passeio, puerta dos, viene a presentarse ante V. Exca. por el puesto de Conservador del Museo-Biblioteca Conde de Castro Guimarães… El solicitante cuenta con una vasta obra dispersa entre diferentes revistas portuguesas, de donde le viene el ser hoy conocido en el país, sobre todo entre las nuevas generaciones, en una medida casi injustificable para quien se ha abstenido de reunir en libros dichas colaboraciones. Tal vez importe mencionar las revistas en las que esas colaboraciones fueron más asiduas o señaladas. A Águia (entre los años de 1912 a 1914), Orpheu, Centauro, Contemporánea, Presença, Athena y Descobrimento… En el texto del artículo 6 propiamente dicho del Reglamento, se dice que es necesario que el conservador-bibliotecario sea persona de “reconocida competencia e idoneidad”. Salvo que la competencia y la idoneidad estén implícitas en las aptitudes indicadas como motivos de preferencia en los parágrafos del artículo y por lo tanto se prueben documentalmente con los documentos referidos en las indicaciones de cada parágrafo, la competencia y la idoneidad no son susceptibles de prueba documental. Comprenden, incluso, elementos como el aspecto físico y la educación, que son indocumentables por naturaleza.
Borges, por su parte, llenó un formato titulado “Registro Personal de la Administración”. Mi apartado favorito es aquel donde se pregunta al solicitante si sabe leer y escribir. El solicitante contestó: “Sí”.