Leo de un tirón Perseguir la noche de Rafael Pérez Gay. Cuando apareció en las mesas de novedades en 2018 me llamó la atención porque la contraportada anunciaba que trataba de Julio Ruelas, pero entonces no me animé a comprarlo; ahora, apenas dos años después, aparece en las de saldos (este es, me temo, el ciclo de vida estándar de un libro de una editorial comercial en la actualidad: unas cuantas semanas en la mesa de novedades, algunos meses en los estantes, última oportunidad en saldos y trituración).
En realidad, Ruelas figura poco en el libro –junto con otros modernistas: Tablada, Couto, Ceballos–, en el esbozo de una novela que planea el narrador, y este trata más bien de la experiencia de Pérez Gay con la enfermedad y el dolor. Por esto, sobre todo, es que vale la lectura. Es la crónica del calvario del cáncer; del infierno de los hospitales, los análisis, las esperas, los diagnósticos, las sondas, las operaciones, etc. Las descripciones de ciertos procedimientos hacen que el lector se remueva en su asiento con un escalofrío.
El autor, afortunadamente, logró salir de ese infierno (léase otra experiencia similar en Morir más de una vez de Álvaro Uribe, escritor de la misma generación de Pérez Gay), aunque uno tiene la impresión de que quien se recupera de una enfermedad grave nunca se recupera del todo, nunca vuelve a ser el mismo, vive prevenido y como a la espera. Lo dice el narrador: “no sé que quedó de mí después del cáncer. Para empezar, un sobreviviente, un coleccionista de dudas a la espera de una cita, un rendez-vous, dirían los decadentes”.
La noche del título es la que perseguían los modernistas en sus correrías por bares y burdeles a fines del siglo XIX, es la que persigue el narrador emulándolos y la de su insomnio durante la enfermedad, pero quizá sea más exacto su revés: la noche lo persigue a uno, a todos.