El que sí encontró a Roma en Roma, a diferencia del peregrino quevediano, fue Stendhal, acaso el primer turista moderno, especie hoy degenerada por completo. Como guía de viaje, uso sus Promenades dans Rome (1829). No lo había leído hasta ahora y a cada página compruebo que es uno de sus mejores libros. Todo Beyle está ahí: su ironía, su libertad, su ligereza, su bonheur. El principal consejo stendhaliano: dejarse llevar por el gusto, no imponerse el «tengo que ver…». En el Hotel Minerva, dicho sea de paso, me conmuevo leyendo la placa que conmemora la estancia stendhaliana («Leggere è viaggiare», dice el poco imaginativo slogan de la librería Borri, en Termini; en realidad, como todo buen leedor sabe, la verdad es más bien la opuesta).
Con tal de que no te ataque el síndrome de Stendhal