Termino de leer Casi nunca de Daniel Sada. Tantas opiniones favorables sobre su obra (de Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, Roberto Bolaño, Christopher Domínguez Michael, etc.) habían acabado por predisponerme benévolamente y hacerme esperar poco menos que una revelación. Hélas, la revelación no ocurrió nunca. Había leído juicios tan hiperbólicos que hablaban de un nuevo barroco hispanoamericano, poco menos que Lezama Lima en el desierto; en lugar de eso, me encuentro con una prosa difusa: dicharachera: no exenta de gracia a ratos: pero ni remotamente la obra maestra de la forma por la que se le quiere hacer pasar. La trama, sobre el dificultoso y provinciano cortejo (y eventual conquista) de la flor más bella de un ejido norteño por parte del protagonista, Demetrio Sordo, es pasablemente divertida y me recordó –curiosa, pero fundada similitud– al medieval Roman de la Rose de Jean de Meun, con todos sus obstáculos, sus rituales de cortesía y su recompensa final. Tal vez lo que deba leer sea Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, la otra supuesta gran novela de Sada; Casi nunca, por lo mientras, me ha dejado con casi nada.