Mundo Houellebecq



Termino de leer Las partículas elementales de Michel Houellebecq. Antes había leído, en un año nuevo en Puerto Escondido, Ampliación del campo de batalla, más breve y lograda que ésta, aunque quizá no la lectura más idónea para la playa. Entiendo que el personaje Houellebecq (véase la foto) despierte odios y amores intensos, pero habría que intentar olvidarlo un poco a la hora de juzgar su obra. Para muchos es un autor francamente menor, una especie de anacrónico existencialista posmoderno. Ampliación sería así, por ejemplo, una caricatura de El extranjero de Camus. No lo creo. Ampliación, en particular, es un libro notable (no así Las partículas), una novela que retoma la desesperación ahí donde El extranjero la había dejado y la lleva más allá. Su protagonista es infinitamente más miserable que Mersault, al que todavía le queda el consuelo (no menor) de mantener un contacto con el mundo natural (el sol, la playa, la mujer). Los personajes de Houellebecq, en cambio, están completamente separados del mundo, encerrados en sí mismos, sin salida alguna. En ese sentido, el final de Ampliación es magistral: “El paisaje es cada vez más dulce, más amable, más alegre; me duele la piel. Estoy en el ojo del huracán. Siento la piel como una frontera, y el mundo exterior como un aplastamiento. La sensación de separación es total; desde ahora estoy prisionero en mí mismo. No habrá fusión sublime; he fallado el blanco de la vida. Son las dos de la tarde”.

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