El oficio de vivir de Cesare Pavese (Seix-Barral), diario que, junto a los de Kafka y Amiel, leí obsesivamente en la adolescencia (en la benemérita, aunque expurgada, edición Libro Amigo de Bruguera); Chet Baker piensa en su arte (Debolsillo), selección de relatos de Vila-Matas (y sigue la Mata dando); las Poesías completas de Antonio Machado (Austral), cuya poesía redescubrí hace poco y constituyó una verdadera revelación (o sea, que por primera vez lo leí en serio); El viaje literario de V. S. Pritchett (F. C. E.), reunión de cincuenta ensayos del crítico inglés; una edición popular de los Pensamientos de Pascal (Prisa), de los que uno solo es capaz de provocar un incendio en el interior de quien sabe leerlos, y Un soplo de vida de Clarice Linspector (Siruela), obra póstuma, de donde extraigo este pasaje:
“Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que instalarme en el vacío. En este vacío donde existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él saco sangre. Soy un escritor que tiene miedo de la celada de las palabras: las palabras que digo esconden otras: ¿cuáles? Tal vez las diga. Escribir es una piedra lanzada en lo hondo del pozo”.