El gran tema de su obra es el paso del tiempo, su fugacidad, la conciencia de que las cosas –nuestra existencia entera– ocurren una sola vez y no volverán a repetirse (lo dijo en un verso memorable: «todo es jamás para siempre»). Cuando lo advertimos, la vida ha pasado ya:
ÉPOCAS
Uno siente que el mundo ya se acaba porque cuanto termina es su
vida,
su pobre vida tan independiente de él: empezó cuando ella mismo quiso
y concluirá nadie sabe dónde ni cuándo ni de qué manera.
Morimos con las épocas que se extinguen,
inventamos edenes que no existieron,
tratamos de explicarnos el gran enigma
de estar aquí un solo largo instante entre el porvenir y el pasado.
En general, esta conciencia engendra más bien melancolía y pesimismo. Llama la atención que en uno de sus poemas, “Certeza”, haya escrito: “Si vuelvo alguna vez por el camino andado / no quiero hallar ni ruinas ni nostalgia”, porque el paisaje entero de su obra (quizá a su pesar, uno no escoge su temperamento) está lleno precisamente de ruinas y nostalgia. Y, sin embargo, en algunos cuantos poemas, habló otra voz, la de aquel que, precisamente por tener una aguda conciencia del paso del tiempo, exhorta a vivir el presente y a la esperanza:
MAÑANA
El alba está lejana.
No sé qué busca el pájaro
entre la noche densa.
Habla, murmura, insiste.
Se acerca a la ventana.
Dice que el sol no ha muerto
y existe otro mañana.