Leo vorazmente Sumisión. Houllebecq no será, ciertamente, un gran novelista (en el sentido en que, digamos, su admirado Thomas Mann lo fue, aunque sigo pensando que Ampliación del campo de batalla es una obra maestra), pero es imposible ignorarlo y cuesta trabajo imaginar un novelista más actual y que mejor exprese algunas de las inquietudes de su tiempo que él. En Sumisión volvemos encontrar al típico antihéroe houllebecquiano, un observador lúcido, distante y cínico de la realidad, como los narradores de Ampliación o Plataforma. François es un profesor de literatura de La Sorbona, especialista en Huysmans (que imagino despertará ahora un renovado interés), cuarentón, soltero, ateo y desencantado que contempla la ascensión al poder del Islam en Francia, al que final y cínicamente se convertirá. Porque la creciente presencia musulmana es, declaradamente o no, una de las mayores inquietudes francesas (el primer ministro, Manuel Valls, se apresuró a declarar tras la aparición de la novela, que coincidió con los atentados a Charlie Hebdo: “Francia no es la sumisión, no es Huellebecq; no es la intolerancia, el odio, el miedo”), la trama política es el aspecto más destacado en Francia, pero no concretamente el mejor de la obra. Lo mejor es nuevamente el retrato, personalizado en sus protagonistas (como en Ampliación, Las partículas elementales, Plataforma y el resto de su obra), del desencanto y la fatiga existenciales de occidente. Houllebecq es un escritor profundamente moralista, conservador y reaccionario. Utilizo los tres adjetivos en sentido estricto, no peyorativo: un escritor esencialmente preocupado por cuestiones éticas (o sea, de costumbres) y que sanciona o reprueba conductas; que se opone, en general, a los cambios y las innovaciones en materia política y social, y que preferiría volver atrás, en lugar de avanzar hacia adelante, o sea, ser un progresista (naturalmente, solo desde la irracionalidad política puede pensarse que todo lo que está en el futuro o adelante es necesariamente mejor que el pasado o lo que quedó atrás). Sin embargo, pertenece al tipo más desesperado de conservador o reaccionario: el que ya no cree que haya nada qué conservar ni a dónde dar marcha atrás. En Sumisión abundan ejemplos, de diversa índole: religiosa, cuando François visita la abadía donde se hospedó Huysmans y, frente al altar a la virgen, intenta desesperadamente sentir una emoción religiosa, cristiana, y no puede; familiar, cuando visita la casa de Myriam, su joven amante, y presencia la cariñosa interacción entre padres, hijos y hermanos, y se sabe completamente al margen de esos afectos; amorosa, cuando ve que Myriam, su última posibilidad de amor real, se le escapa. En pocas palabras, para el hombre moderno, retroceder es imposible y adelante está el abismo.