El capitán Francisco de Aldana nació en Italia, donde su padre, Antonio de Aldana, ocupaba un puesto militar. Se educó exquisitamente en Florencia, centro del Renacimiento, en contacto con los círculos neoplatónicos iniciados por Marsilio Ficino y entre cuyos miembros destacaba Benedetto Varchi, docto en filosofía amorosa. El conflicto entre el alma y el cuerpo, entre sensualidad y espiritualidad, álgida cuestión del neoplatonismo, lo sería también de la poesía aldanista. Abrazó la carrera de las armas y combatió en Flandes al servicio del duque de Alba, al que idolatraba. Allí seguramente conoció al gran biblista Benito Arias Montano, al que dedicaría su poema más ambicioso, la “Carta para Arias Montano sobre la contemplación de Dios”. Aldana fue, conjuntamente, poeta de Eros, de Marte y de Apolo. En 1577, Felipe II le encomendó la misión de ir a Portugal y disuadir al rey Don Sebastián de emprender una campaña contra los musulmanes en el norte de África, empresa insensata desde todo punto de vista militar. La personalidad del experto y valeroso capitán causó una profunda impresión en el joven e impetuoso monarca, que insistió en sumarlo a su causa. Finalmente, Felipe II ordenó que lo acompañara. Aldana obedeció, a sabiendas de que se trataba de una misión suicida. Aún intentó, ya internados en África, disuadirlo una última vez, pero a la vista del enemigo fue de la opinión que entonces había que combatir lo mejor que se pudiera, pues ya no existía la posibilidad de retirarse. El capitán Francisco de Aldana, junto con Don Sebastián y miles de soldados portugueses, murió heroicamente en la Batalla de Alcazarquivir, el 4 de agosto de 1578. Su epitafio bien podría haber sido el verso de Petrarca: “un bel morir tutta la vita honora”.