Perfectas máquinas solteras



La edad Kafka

Este año cumplí cuarenta y uno. Es la edad a la que murió Kafka, uno de los solteros más eminentes de la literatura, y me gusta llamarla la edad Kafka. El escritor checo se resistió heroica y dramáticamente al matrimonio durante toda su corta vida, como lo muestra su tormentosa relación con Felice Bauer, pobre chica que no tenía idea de con qué clase de espécimen se había topado y por la que es casi imposible no sentir algo de compasión.

Quizá ningún escritor moderno, con excepción de Kierkegaard, ha estado tan obsesionado con la condición soltera, de lo que brindan abundante testimonio sus diarios, cartas y escritos de ficción. En una hipotética antología literaria de la soltería, su texto “La desventura del soltero” –incluido en su primer libro, Contemplación, publicado en 1913, cuando tenía treinta años– ocuparía un lugar de privilegio en la sección de la soltería pesimista, aunque al final el autor logre tomar un poco de distancia de sí mismo y verse con cierta ironía: “parece tan grave quedarse soltero, y, de viejo, guardando a duras penas la dignidad, pedir acogida cuando se quiere pasar una velada con gente, estar enfermo y, desde el rincón de la propia cama, contemplar semana tras semana la habitación vacía, despedirse siempre ante el portal de la casa, no subir nunca la escalera junto a la propia mujer… Y así será, solo que, en realidad, hoy y en adelante será uno mismo quien esté ahí, con un cuerpo y una cabeza de verdad, y, por tanto, también una frente para golpeársela con la mano”.

Tranquilo, Franz, vas a estar bien.

De hecho, como sabemos, Kafka no fue nunca un soltero viejo y prácticamente murió en brazos de Dora Diamant, joven periodista de veinticinco años (pas mal, Franz), quien siguió a Milena y a Julie, luego de que el asunto con Felice terminara por completo. Siempre me ha llamado la atención que Kafka, con todas sus quejas en relación a las mujeres, en realidad fuera bastante capaz de ligar –lo hizo, por lo menos, una media docena de veces–, sobre todo si lo comparamos con escritores que realmente tuvieron problemas en ese apartado, digamos Leopardi (jorobado, enfermizo, architímido) o Pavese (impotente). Con los cambios sociales experimentados en un siglo, hoy probablemente Kafka sería un soltero sin mayores problemas y no tendría los conflictos que tuvo entonces –con su familia, con su novia, con la familia de su novia– o no en la misma medida. Naturalmente, se las arreglaría para torturarse y consumirse de angustia sobre casarse o no, formar una familia, tener hijos, etc., que, si no, no sería Kafka, pero no estaría sujeto a las presiones familiares y sociales que tanto lo atormentaron.

El origen de la problemática soltería de Kafka era la relación con su obra. Creía firmemente que mantenerse soltero era la condición necesaria para llevarla a cabo. Su vida entera puede entenderse como la lucha desesperada contra las cosas que pudieran alejarlo de la escritura. Escribir era su misión y no iba a permitir que nada ni nadie se atravesara en ese camino, así tuviera que sacrificar la felicidad propia o ajena. Una parte de él, comprensiblemente, buscaba una vida normal, conyugal, familiar, doméstica; otra, la vida salvaje del escritor entregado a su obra. El 21 de julio de 1913, luego de que Felice aceptara su propuesta matrimonial, corrió a escribir en su diario argumentos contra la unión: “3. Necesito estar solo mucho tiempo. Todo lo que he conseguido hacer es producto únicamente de mi soledad. 4. Odio todo lo que no se relaciona con la literatura, mantener conversaciones (incluso si se refieren a la literatura) me aburre, hacer visitas me aburre, los sufrimientos y las alegrías de mis parientes me aburren hasta el fondo del alma… 5. La angustia que me produce la unión, dar el paso. Ya no estaré solo nunca más”. El Esposo vs el Escritor. Ya sabemos cuál ganó.

En homenaje al máximo soltero de la literatura moderna, propongo considerar los cuarenta y uno como la piedra de toque de la soltería. Solo a partir de entonces puede tomarse en serio a un soltero en tanto tal. Naturalmente, la soltería en los veintes no cuenta; es la condición natural, salvo casos graves. A los treinta se puede empezar a concederle cierto crédito y es sin duda la década clave porque entonces, quizá, experimentará en algún momento la tentación de abandonar ese estado de gracia. Pero si logra atravesarla incólume y llega a la cuarentena, entonces sí, podemos estar seguros: estamos frente a un soltero.

Solteros eminentes I. Aquiles, don Quijote, Hamlet

Cuando apenas se me había ocurrido la idea de este ensayo, pensé en una sección dedicada a los grandes solteros de la historia, reales o ficticios, y titularla, a la manera de Lytton Strachey, “Solteros eminentes”. Se me ocurrió, si mal no recuerdo, en la playa, tumbado al sol, y entonces anoté en mi teléfono los tres primeros nombres que me vinieron a la cabeza: Aquiles, don Quijote y Hamlet.

El caso de Aquiles –a diferencia de los otros dos, cuya soltería es incuestionable– puede resultar complicado, pues algunas tradiciones quieren adjudicarle una esposa (Deidamía, la madre de su hijo, Neoptólemo), pero no son muy convincentes. La tradición estrictamente homérica no alude a ningún matrimonio. La verdad, cuesta trabajo imaginar a Aquiles en papel de esposo. En esto es también el gran antagonista de Héctor, que es sin duda elmarido de la épica griega. El troyano es el héroe hogareño, amante y fiel esposo de Andrómaca y responsable padre de familia; el griego, la perfecta máquina soltera. Su caso es único aun entre los aqueos, pues el resto son respetables hombres casados (bueno, no tan respetables): Ulises, Menelao, Agamemnón (a quien más le habría valido no casarse), etc. A Aquiles, por lo demás, se le atribuyen diversos amores y hoy sería tachado de depredador sexual. Era un depredador, sexual y de otras clases. Entre sus víctimas: Deidamía, Briseida, Pentesilea, Políxena, Ifigenia, Helena, Medea, Patroclo…

Aquiles encarna al guerrero perfecto y sus atributos difícilmente son compatibles con las mansas virtudes matrimoniales. Incluso, de acuerdo a algunas versiones tardías del mito, la única vez que contempla la posibilidad de casarse tiene consecuencias fatales. Según estas, Aquiles se habría enamorado de la mencionada Políxena, hija de Príamo, y habría prometido a este pasarse al bando troyano si le concedía su mano. El rey habría aceptado y el acuerdo debía formalizarse en el templo de Apolo. Aquiles habría acudido desarmado y allí habría sido muerto por Paris, escondido tras la estatua del dios. Huelga sacar la moraleja.

La soltería de don Quijote está fuera de toda duda. Nunca se menciona una esposa o hijos y sabemos que vive solo, a los cincuenta años, con una ama y una sobrina. Don Quijote parece más bien un solterón, problemática figura de la que tal vez nos ocupemos después. En realidad, el solterón sería, desde luego, Alonso Quijana, pues don Quijote es un caballero andante que está consagrado al amor exclusivo de una dama, Dulcinea. Algunos de los momentos más cómicos de la novela ocurren cuando don Quijote se topa con alguna mujer joven a la que toma por princesa o noble y teme que se enamore de él y se vea obligado a rechazarla por la rigurosa fidelidad que guarda a su dama. Don Quijote es la antítesis del mujeriego Aquiles y jamás se siente tentado a traicionar a Dulcinea. ¿Piensa alguna vez en casarse con ella? No que nos conste; se da por satisfecho con servirla y el matrimonio seguramente le parecería una meta inaccesible. Pero conjeturemos un poco: si de pronto la posibilidad se abriera, ¿don Quijote daría el paso o no lo daría? Tengo para mí que no, pues en el fondo está consciente de que su relación con Dulcinea depende de la distancia y la idealización. Don Quijote, en todo caso, vive y muere soltero, y eso basta para incluirlo en esta primera galería de solteros eminentes.

Por último, está el Príncipe de la Melancolía, el Soltero Arquetípico, la Radical Máquina Soltera: Hamlet. De acuerdo a las famosas palabras del sepulturero en el acto V, tendría alrededor de treinta años, edad más que casadera para el siglo XVII. Y, sin embargo, el príncipe sigue soltero. Ya esto debería ponernos sobre aviso. Hay en Hamlet un rechazo extremista, visceral, al estado matrimonial. Pero, ¿qué clase de soltero es Hamlet? El príncipe no se aferra a su soltería –a diferencia de, digamos, el duque de Ferrara en El castigo sin venganza de Lope de Vega– para mejor gozar su soltería en términos donjuanescos. Hamlet no es un libertino. Él pertenece al tipo de solteros que buscan, ante todo, preservar su soledad, individualistas radicales que solo pueden vivir consigo mismos. A las variadas teorías sobre su locura, agrego esta: Hamlet no se finge loco para confundir a la corte y desenmascarar a su tío y a su madre, menos aún por amor a Ofelia; Hamlet sabe en qué terminará su relación con ella y se finge loco para no casarse. Honra así su famosa frase, el credo de toda Perfecta Máquina Soltera: “I say we will have no more marriages” (III, I).

Solteros eminentes II. Ramón López Velarde

Ni que decirlo: la primacía indiscutible de la soltería en las letras mexicanas corresponde a Ramón López Velarde. Él es nuestra Perfecta Máquina Soltera.

¿Perfecta? Bueno, no tanto. En Ramón, permítaseme la confianza, había demasiada añoranza del matrimonio y, sobre todo, de la paternidad. Y, sin embargo, nunca se casó ni tuvo hijos, que se sepa, y murió a los treinta y tres de Cristo –otro soltero eminente, por cierto– sin dejar ninguna descendencia, salvo su obra y la poesía mexicana moderna.

Ramón tiene un texto de una página que por sí solo le valdría un lugar en cualquier antología de la soltería, “Obra maestra”, en el póstumo libro de prosas El minutero. El inicio es comparable al de las mejores fábulas de Kafka: “El tigre medirá un metro. Su jaula tendrá algo más de un metro cuadrado. La fiera no se da punto de reposo. Judío errante sobre sí mismo, describe el signo del infinito con tan maquinal fatalidad, que su cola, a fuerza de golpear contra los barrotes, sangra de un solo sitio. El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza. Para avanzar, necesita ser padre. Y la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas”.

En el resto del texto, Ramón reflexiona gravemente sobre dichas responsabilidades (lo digo sin pizca de ironía; la ironía se me congela cuando leo ese texto). Está claro que para él soltería equivale, sobre todo, a la carencia de hijos, a la negación de la paternidad, que equipara a atributo casi divino, o sea, demoníaco. Había en el poeta, en potencia, un esposo modelo y un pater familias católico, benevolente y responsable, pero también estaba, en acto, el otro, el extremadamente sensual, el esclavo de la carne, el asiduo de las hadas nocturnas que tan bien conoció y lo conocieron. López Velarde era un monaguillo devorado por Eros, un libertino con consciencia de seminarista, y de esa irresoluble contradicción nace la fuerza de su obra.

Mucho se ha especulado por qué Ramón no se casó nunca, pues oportunidades no le faltaron (y cuando lo intentó, lo rechazaron), pero el punto es que no lo hizo. El mecanismo de la soltería era demasiado fuerte en él. Será, para siempre, el príncipe de nuestros solteros.

Solteros eminentes III. Schopenhauer, Nietzsche

Las relaciones entre la filosofía y el matrimonio nunca han sido muy buenas. Desde Sócrates, probablemente. Su esposa, Jántipa, ha pasado a la historia como el modelo negativo de la mujer que no comprende e incordia al filósofo. La lista de solteros en el gremio es larga –Bacon, Descartes, Pascal, Spinoza, Leibniz, Hume, Kant, Kierkegaard y los dos de esta sección, por mencionar solo ejemplos modernos– y lo difícil es más bien encontrar casos de filósofos casados (Hegel, increíblemente, entre ellos). Bacon, por cierto, tiene un ensayo “Sobre el matrimonio y la soltería”, donde afirma algo que toda Perfecta Máquina Soltera suscribiría: “la causa más ordinaria de la soltería es la libertad, especialmente para ciertas mentes caprichosas y hedonistas que son muy sensibles a las restricciones y que incluso consideran los cinturones o los tirantes como poco menos que grilletes y cadenas”.

El caso de Schopenhauer es muy curioso. Unos cuantos aforismos demasiado citados le han creado la fama de ser uno de los grandes misóginos de la historia (un verdadero misógino, dicho sea de paso, es aquel que detesta a las mujeres a tal punto que las rehúye, y en ese sentido Arthur fue un pésimo misógino). Todo empezó, al parecer, con una mala relación con la madre, con la que tuvo un pleito feroz. Sin embargo, la vida soltera de Schopenhauer fue bastante más agitada de lo que uno esperaría del severo filósofo de la voluntad. Veamos: tras unos amores platónicos, perdió la cabeza por una recamarera de Dresden con la que de hecho tuvo un hijo, muerto prematuramente; luego se apasionó con una italiana, Teresa Fuga, por la que dejó de presentarse con Byron porque temía que el poeta, bien conocido Don Juan, se la bajara; después, una corista de Berlín que le hizo ver su suerte con múltiples infidelidades; ya mayor, conoció a la adolescente Flora Weiss, con la que incluso pretendió casarse… En fin, que no tan mal para quien supuestamente abominaba a las mujeres y el sexo.

Nietzsche no se casó nunca, aunque lo intentó con Lou-Andreas Salomé (ella tenía veintiún años y el filósofo rondaba los cuarenta). Zaratustra no niega el matrimonio y la procreación, pero tiene una idea sumamente exigente de ambos: “tú eres joven y deseas para ti hijos y matrimonio. Pero yo te pregunto: ¿eres un hombre al que le sea lícito desear para sí un hijo? ¿Eres tú el victorioso, el domeñador de ti mismo, el soberano de los sentidos, el señor de tus virtudes? Así te pregunto. ¿O hablan en tu deseo el animal y la necesidad? ¿O la soledad? ¿O la insatisfacción contigo mismo?”. El matrimonio y la reproducción, según Nietzsche, solo tienen sentido si son hacia arriba, si con ellos el hombre se mejora a sí mismo, pero nada es peor que la unión que degrada: “aquel era esquivo en sus relaciones con otros, y seleccionaba al elegir. Pero de una sola vez se estropeó su compañía para siempre: su matrimonio lo llama… Muchas breves tonterías –eso se llama entre vosotros amor. Y vuestro matrimonio pone fin a muchas breves tonterías en la forma de una sola y prolongada estupidez”.

Entonces, ¿el Súperhombre se casa o no se casa?, ¿súper marido y padre o Súper Máquina Soltera? La respuesta, quizá, está en “La canción del noctámbulo”, una de las últimas secciones de Así habló Zaratustra: “ ‘yo quiero herederos, así dice todo lo que sufre, yo quiero hijos, no me quiero a ’, mas el placer no quiere herederos, ni hijos, –el placer solo se quiere a sí mismo, quiere eternidad, quiere retorno, quiere todo-idéntico-a-sí-mismo-eternamente”.

Publicado originalmente en https://www.casapais.org/en-tu-manera-desnuda

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