Ricardo Emilio Piglia Renzi



Leo el primer volumen (de tres proyectados) de los diarios de Piglia, Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación, y estos me remiten a La invasión y El último lector. En este último, Piglia ofrece la clave para interpretar sus propios diarios a propósito de los de Kafka: “Por eso Kafka escribe un diario, para volver a leer las conexiones que no ha visto al vivir. Podríamos decir que escribe su Diario para leer desplazado el sentido en otro lugar. Solo entiende lo que ha vivido, o lo que está por vivir, cuando está escrito. No se narra para recordar, sino para hacer ver. Para hacer visibles las conexiones, los gestos, los lugares, la disposición de los cuerpos”. Que Piglia haya decidido atribuir sus diarios a su alter ego es una forma más de otrarse, diría Pessoa. Emilio Renzi se enseñorea y ya no es solo en la ficción tradicional (cuentos y novelas) en la que domina, sino que ahora se apodera de la escritura más personal: el diario íntimo. Escribir y leer el propio diario como si fuera de otro es una manera radical de “desplazar el sentido”.

Lo que más me ha gustado de este primer volumen son los textos que lo abren y cierran, escritos recientemente, “En el umbral” y “Canto rodado”, textos en los que un narrador anónimo cuenta sus encuentros con un Renzi viejo y algo enfermo. El primero, sobre todo, es extraordinario, fruto de ese magistral “estilo tardío” que pocos escritores alcanzan. Es el Piglia de la madurez y es algo más. Como era de esperarse, vuelve ahí al tema central de su obra: la lectura (porque Piglia es un lector que escribe). Imagina una posible autobiografía: Cómo he leído algunos de mis libros, pues, ¿qué otra autobiografía va a escribir alguien que ha hecho de leer la actividad fundamental de su vida, si no la historia de sus lecturas?

Entre otras anécdotas y observaciones memorables, rescato aquella en la que en cierta forma está cifrado todo acto de comentario de texto y de enseñanza de la literatura (no en balde Piglia ha sido profesor toda su vida) en que un Renzi adolescente y más bien analfabeta intenta ligarse a una chica que le gusta. Esta le pregunta un día qué está leyendo; él no sabe qué decir, pero recuerda un libro nuevo visto hace poco en el aparador de una librería, La peste de Camus. “La peste de Camus”, contesta con aplomo. Ella se lo pide prestado. Renzi corre luego a comprar el libro, lo arruga un poco y lo lee en la noche de un tirón, pensando qué cosa va a decirle a la muchacha, qué va a comentar: “Había descubierto la literatura no por el libro sino por esa forma afiebrada de leerlo ávidamente con la intención de decir algo a alguien sobre lo que había leído: pero ¿qué?… Eterna cuestión”.

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