Paul Auster en México



Leo en un par de días A salto de mata. Crónica de un fracaso precoz de Paul Auster. Confirmo que el mejor Auster es el memorialista, el autobiográfico, el que empezó en La invención de la soledad y cuya última entrega es el escalofriante Diario de invierno(comentado aquí), más que el novelista. A salto de mata son básicamente las memorias de sus veintes, edad en la que a toda costa intenta ganarse la vida escribiendo y rechaza toda sujeción a un trabajo que lo aparte de su vocación. Asombra y admira su determinación, incluso en la casi pobreza; su intransigencia hacia todo aquello que le parecía que podía interponerse entre él y la escritura. No deja de ser notable, por otro lado, que en aras de esa pureza a veces parezca aceptar empleos u ocupaciones en los que, aunque quizá no existía el riesgo de que se atara a una rutina y alejara definitivamente de la literatura, no debe haber tenido mucho tiempo para escribir. Pero lo que más me llamó la atención y el pasaje que quiero transcribir aquí es en el que habla de México. A principios de los setenta, entre tantos trabajos ocasionales, Auster fue contratado por un productor de cine para que ayudara a su esposa a escribir un libro. La condición: venir a México para trabajar directamente con ella. Auster, a la sazón en París, se hizo de rogar, pero finalmente aceptó y vino un mes a Tepoztlán, donde previsiblemente “Madame X” se había instalado. Auster escribe:

“Esperaba que las cosas fuesen mal, pero no hasta aquel punto. Sin dar más vueltas a toda la complicada historia (el tipo que quiso matarme, la esquizofrénica que me tomó por un dios hindú, la miseria alcohólica y suicida que permeaba todas las casas donde entré), los treinta días que pasé en México fueron los más sombríos, los más perturbadores de mi vida.”

Hace poco invitaron a Auster a México, a Monterrey. Una comisión especial fue a invitarlo personalmente a su casa en Brooklyn. Cortésmente, declinó la invitación.

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