Heroidas, VII



Releo un par de Heroidas (la de Dido a Eneas y la de Ariadna a Teseo) en la traducción que Alatorre publicó en los cincuentas en la UNAM. Luego releo la versión en tercetos que hizo Diego Mejía en 1608 (Del Parnaso antártico, disponible en el original en el maravilloso Google Books y también en la benemérita colección Crisol de Aguilar). Hay partes memorables, como aquella en que Dido ruega a Eneas que se quede, sino por ella, por Iulo, su hijo:

No te detenga yo, pues es mi suerte
tan corta; Iulo te detenga luego.
Bástete a ti gloriarte con mi muerte.
¿Qu’ha merecido Ascanio, dime, ciego?
¿Qu’han los penates dioses merecido?
¿Daslos al agua y libraslos del fuego?
Mas que digo, ¡oh, traidor!, tengo entendido
que ni llevas contigo a Iulo y menos
qu’a tu padre en tus hombros has traído.
Ni qu’a tus hombros, de piedad ajenos,
oprimieron tus dioses, como cantas
con esos labios de mentiras llenos.
En todo mientes, todo lo levantas,
no comienza a mentir de mi tu lengua,
siempre has mentido y con mentir encantas.

Gracias a Virgilio y Ovidio, Eneas se convirtió en el paradigma mitológico del hombre que abandona. Habría alguna vez, supongo, que escuchar las razones de Eneas.

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