El sadismo según Sade



Ahora que se ha puesto de moda una versión light y romántica del sadismo (véase Fifty shades of Grey), no está de más volver a las fuentes. Habrá que reconocer que Justine, como novela, es más bien un fracaso. Sade no estaba muy versado en el sutil arte de la construcción novelesca. Tampoco le importaba demasiado; buen philosophe, lo que le interesaba realmente era exponer sus ideas sobre el hombre y la naturaleza. Como cualquiera que la haya hojeado sabe, Justine usa una y otra vez el mismo esquema: la heroína cae en las garras de un perverso libertino que la somete a todas las torturas imaginables (esto, en realidad, es lo de menos, apenas la condición necesaria para la disquisición filosófica); después, se enzarzan en una discusión en la que el libertino expone lo que genuinamente podríamos llamar el sadismo (la amoralidad de la naturaleza, los derechos del más fuerte, el ateísmo, etc.,). Una o dos aventuras de Justine habrían bastado para aclarar el punto, pero el Marqués se empeña en machacárselo al lector –en una muestra de auténtico sadismo narrativo– una y otra vez. Nada qué ver con la economía narrativa de otras novelas libertinas del XVIII (pienso, por ejemplo, en Vivant Denon) o de la magistral construcción de Las relaciones peligrosas de Choderlos de Laclos.

El gran malentendido moderno sobre Sade, su lamentable simplificación, comenzó quizá con Krafft-Ebing, el psiquiatra alemán que en 1876, en su célebre Psychopathia sexualis, utilizó por primera vez el término sadismo para referirse al hecho de obtener placer sexual a través del maltrato y la humillación. Así, una singular visión del mundo comenzó a convertirse en una mera patología sexual.

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